Placer de amar....
Hay una singular diversidad de sentidos de la palabra “amor”, lo cual a menudo da lugar a confusiones. Cuando digo: “Amo el chocolate”, , “amo a mi novio”amo a mis amigos¨ o “amo a Dios”, el verbo amar no tiene el mismo sentido. Se pueden distinguir entonces cuatro niveles de profundidad de esta experiencia, que corresponden a cuatro dimensiones de la personalidad.
El placer: amar es encontrar gusto, experimentar placer al estar con una persona. El placer es una experiencia de armonía con el mundo o con el otro. Pero tiene dos límites. Puede ser egocéntrico: es en mí, por mí, que siento placer, sobre todo si lo busco por sí mismo. Y, además, puede ser superficial: podemos experimentar placer mientras lo profundo del corazón permanece indiferente.
Es el sentimiento. Es un apego, una afección, una ternura. No es algo que brota sólo del placer, sino de la alegría. No es sólo goce, sino regocijo por la presencia del otro, por el sonido de su voz, por la luz de su mirada... Es algo aun más interior, pero también tiene sus límites. El sentimiento también puede ser frágil, precario, inconstante. Del mismo modo como vino, puede desaparecer, o incluso transformarse en su contrario, el odio. Tampoco puede ir muy lejos en dirección hacia el otro. La búsqueda puede complacernos por nosotros mismos. “Yo no amaba, sino que amaba amar”.
Tengo la intuición de que en el amor no somos sólo pasivos. El amor es también del orden de la acción, del consentimiento al otro. Es compromiso de la voluntad. Voluntad, ese será el cuarto término, el más interior, para explicar el movimiento del amor. La voluntad es compromiso de todo el ser, es decisión puesta en práctica. Es el corazón del amor. Cuando digo “voluntad” no pienso en voluntarismo, es decir, en una voluntad curvada sobre sí misma o fríamente razonable. Comprendo esta palabra como la puesta en ejecución del deseo. La voluntad es el deseo más la decisión. Decisión de acordar prioridad al otro, de hacer todo para que él viva. Estos cuatro grados no se oponen, pero el cuarto es el más determinante.
Llegamos así a una primera definición del amor que escuché a los dieciséis años: Amar a alguien es gozar de que exista y querer que exista aún por más tiempo. Hay gozo, alegría por la presencia; hay también una vertiente activa que se configura en el servicio por la vida del otro. Detrás del término “regocijo”, está también el de “reconocimiento”. Regocijarse porque él exista, es ya haberlo reconocido, haber reconocido su existencia como única, como algo precioso, portadora de un misterio que irradia en el resplandor de su mirada, como una estrella durante la noche.
“Te quiero” significa: “Eres preciosa a mis ojos”. De donde sigue una segunda definición del amor .. Amar a alguien es revelarle su belleza. Esta definición es muy completa: para revelarla es preciso primero haberla percibido uno mismo, haber reconocido esta belleza que resplandece en todo ser. Después será preciso revelársela a ese amado, es decir, conducirlo a él mismo a esta revelación.
Amor es encontrar en la felicidad de otro tu propia felicidad, sentir que todo lo que a él o ella le hace bien, a ti también te lo hace.